La historia de calidad de Castro y Gonzalez

Cambiar sin cambiar. Mantener lo importante y mejorar lo accesorio.

Desde que el bisabuelo Jacinto empezara a vender hojas de tocino en una época en que éstas eran más valoradas que el jamón han pasado más de cien años. Durante este tiempo, cada una de las cuatro generaciones ha ido incorporando su sello.

Cuando Aurelio se casó con Mariana, la hija de Jacinto, abandonó su oficio de alpargatero en Aldeavieja para empujar el incipiente negocio de chacinería. Suya fue la decisión de empezar a dar mayor importancia al jamón y embutidos.

A mediados de los 70, la siguiente generación entra en escena en el negocio. El empuje de Miguel será clave para convencer a su yerno Aurelio de tomar dos decisiones importantes. Por un lado, incorporar gradualmente producción propia (en 1985 se compra Montellano, la primera finca). Por otro, se decide que el negocio controle todo el ciclo de vida del animal. Ambas directrices serán clave para que Castro y González haya llegado a la excelente calidad que desde hace años percibe el que prueba por primera vez las delicias que salen de sus bodegas de Guijuelo.

Los hijos de Miguel se incorporan al negocio a mediados de los 90. Tanto Miguel como Aurelio se comprometen a mantener los estándares de calidad que se encuentran a su llegada y aportan profesionalización al negocio. También hacen nuevas apuestas como el lanzamiento de la línea Fusión, en la que los jamones se curan 12 meses en Guijuelo y 24 en la Sierra de Huelva (el efecto de las dos zonas es un jamón con matices sorprendentes).

De Puesto en Puesto quiere ser partícipe de una historia de tradición y mejora tan apasionante. 

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